14 de marzo de 2012

Uno aquí, otro allá...











Carmencita y Nancy en unas islas en el medio del mar y al borde del desierto.
Los hijos e hijas del tío Tola, por allá abajo, en la isla continente.
Gladys y sus hijos, en tierra castellana, cerca de Madrid y lejos de todos.
Carlitos y su prole, tomando agua sagrada en el Querétaro milagroso.
Ulises, se llevo su música a otra parte, el pentagrama de su vida se llena de notas en tierras extrañas.
Daniel en el norte, tan cerca y a la vez tan lejos.
Alberto al norte del gigante sin corazón y al sur del destierro absoluto.

Esto es simplemente en una familia, la mía, primos, sobrinos, tíos… desparramados por el ancho y largo del mundo, todos por una razón u otra dejamos el refugio de nuestro querido Uruguay y salimos a trotar distancias y fronteras, buscando mejores posibilidades o rastreando sueños. Cargamos nuestros bolsos, empaquetamos los recuerdos, y en vez de llegar en cigüeñas, fuimos paridos en otras tierras, hijos de aviones, barcos o trenes.

Somos todos productos de una época de nuestra tierra, que nos cerraba puertas adentro y las teníamos que abrir para afuera. Muchos de los que salimos nunca volveremos, otros ya no están… Entre nosotros nos perdimos los rastros, comenzamos de a poco a perder nuestra identidad de patria, de familia, de lugar.

Nuestros hijos nos empezaron a hablar en otros idiomas o con acentos diferentes a los nuestros, nuestras nueras y yernos hacen un esfuerzo, o no, para entender nuestra lengua, nuestro acento, nuestras costumbres.

Nosotros levantamos con las manos banderas de otros países, cantamos himnos que no nos pertenecen, con la mente flameamos la celeste y tarareamos “sabremos cumplir, sabremos cumplir”, mientras comemos una paella, soñamos con milanesas, saboreamos con el pensamiento una mulita asada o un guiso de arroz con perdices, mientras recorremos las grandes extensiones de pinos norteños, podemos sentir a lo lejos el aroma de un monte de eucaliptos.

Entramos a la internet y nos encontramos con familiares de los que hacia años no sabíamos nada e intercambiamos fotos de otros tiempos y otros lugares, nos conocemos sin conocernos, nos queremos sin vernos, nos visitamos sin trasladarnos.

Somos los hijos de un Uruguay lejano, al que dejamos porque creímos que nos abandonó, somos fruto de distancias y semillas de nostalgia, nos vamos quedando sin padres, vamos perdiendo la esperanza del retorno, pasamos de ser orientales a ser por y para siempre emigrantes, como dijo Serafín J. García…

"Uno aquí, otro allá, por las estancias,

pelusa’e cardo que esparrama el viento,
esos hijos sin padre se te quedan,
mientras vos ves gastarse tu deseo
de ajuntarlos un día en un rancho,
con sol alegre y nuevo."


El Tordillo


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