CAPÍTULO 1
El desafío no es pequeño: definir a un floridense.
O peor aún: definir la florididad.
Y antes… convencerlos a ustedes de que la palabra florididad existe.
Para tratar de entenderlo deberíamos partir del sentimiento nacionalista como una especie de conciencia prefigurada de ser un pueblo distinto al porteño, al español y a cualquier otro.
Tal vez debamos arrancar en la Redota y hablar de “orientalidad”.
Tal vez si empezamos por ahí, si avanzamos por esos senderos y nos introducimos en el monte espeso de los conceptos…podemos llegar a convenir en la existencia de una forma de ser floridense distinta a la montevideana.
¿Distinta por qué?
Por el centralismo, por los medios de comunicación de la capital, el puerto y el aeropuerto, las fábricas, las murgas, las universidades, el ejecutivo, el legislativo, el judicial y hasta Peñarol y Nacional.
Todo eso y mucho más nos hace a los floridenses, uruguayos distintos de los uruguayos de Montevideo.
De niños íbamos a pasar las vacaciones a Montevideo y éramos los paisanos de Florida y cuando venían nuestros primos ellos eran “los pitucos” de la capital.
Y si seguimos por ahí, si avanzamos en ese razonamiento podemos convenir que los floridenses también somos distintos a los sanduceros o a los salteños – por ejemplo- porque la frontera argentina queda lejos, porque las radios y los canales que ellos miran nosotros no los miramos, por la agricultura, por los puentes, por la historia, por la frontera, por semejante río que tienen en la puerta de sus casas.
Y también podemos decir sin temor a equivocarnos que somos diferentes a los maldonadenses porque los porteños no nos visitan todos los veranos dejándonos cosas buenas y malas cosas.
El puerto y el aeropuerto, las magníficas playas, las construcciones lujosas, las torres, el verano y básicamente el aluvión de personas con otros códigos, otras costumbres y hasta otros idiomas.
Me animaría a decir –sin decir disparates- que los floridenses somos uruguayos diferentes a los uruguayos de Maldonado.
Ni mejores, ni peores…distintos en muchos aspectos.
Toma tú, que te toca a ti, dicen en San Carlos y en Rocha.
Andá a decir “dame tú que te toca a ti” en una bocacalle de Florida a las tres de la mañana.
Si esto que estoy diciendo fuera cierto, si no estoy diciendo disparates, entonces también debemos convenir que los departamentos de la frontera con Brasil se diferencian del nuestro.
Por su alegría, por su música, por su color, por su temperatura, porque incluso juegan distinto al futbol, por su carnaval, por su portuñol y hasta por sus ticholos, sus sardinas y sus garotos.
Intentaré demostrar que también somos distintos a los otros uruguayos del centro del país.
Porque las radios de Montevideo llegan todas a esta ciudad y no solamente las del centro del dial (como sucede arrimándose el Río Negro)
Porque desde el inicio de la TV, en Florida pudimos sintonizar los canales montevideanos con una sencilla antena sobre el techo.
Porque Laudicio le agregaba un buster y los días de “plafón bajo” veíamos los canales argentinos.
Porque la prensa escrita llegó fresquita todas las mañana viajando en el tren, en la Cita o en la Onda.
Hemos vivido en este pueblo lo necesariamente lejos de Montevideo y lo suficientemente cerca de allí.
Y esos 100 kilómetros han permitido que nuestros gurises pudieran estudiar sin necesidad de irse a vivir a la capital.
Y no es un dato menor.
Ir y venir en el día, no es un dato menor.
Y al hospital Pereyra Rossell y al Clínicas fuimos y volvimos en el día sin recurrir a pensiones ni a parientes.
Y tampoco es un tema menor.
Aunque nos llevara 6 horas de ida y vuelta en los viejos y queridos trenes.
Y nuestros diputados fueron y vinieron en el día (¡bah, algunos solo fueron)
Y nuestros deportistas sufrieron más que los montevideanos el desarraigo, pero menos que los artiguenses.
Por eso han sido más nuestros, porque los lunes después de los partidos los vemos por Independencia.
Diputados, futbolistas, estudiantes y enfermos rinden cuentas mucho más seguido que en Rivera.
Entonces…
No es el departamento más grande del país…pero no es el más chico.
No es el que está más lejos de Montevideo como para que no se oiga lo que se habla allá…pero no es el que está más cerca como para que el ruido no te deje conversar.
No es el más alto y tampoco es el más bajo.
No es el más lindo…y no es el más feo.
No es el que hace más ruido…ni el que está más callado.
¡La pucha!
¡Cómo se parece Florida a los floridenses!
Así que… ¿Cómo se traduce la florididad a partir de lo geográfico, de lo geopolítico, de lo sociológico, de lo antropológico y principalmente de lo histórico?
Cómo diferenciar (con humor) a un floridense de un maragato o de un minuano.
¡Vaya lío en el que me metí!
…No achicarse en situaciones difíciles es una cualidad innata de los nacidos en esta ciudad. Tal vez compartida con otros pueblos…pero nuestra al fin.
Alguno podrá decir: Los de Trinidad no nos achicamos tampoco.
Bueno… eso es problema de ellos.
Vayan, escriban una crónica y cuélguenlo de internet.
No vamos a esperar que todos los demás lo digan para reclamarlo.
Esto es como los horóscopos: “Los de escorpio son todos orgullosos” te dice el tipo.
“Yo soy de Leo y también soy orgulloso”, te salta uno.
Y a mí que me importa, yo le estoy hablando a los de escorpio.
O sea, yo le estoy hablando a los de Florida y reitero el concepto: somos de no achicarnos en situaciones difíciles.
Así que sin achicarme, desde el humor y con la perspectiva que nos da alejarnos y mirar el pueblo atentamente durante 30 años desde un lugar algo distante… definamos la florididad.
(Continuará)