…."Cada persona brilla con luz propia entre los demás. No hay dos fuegos
iguales, Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos colores. Hay
gente de fuego sereno, que ni siquiera se entera del viento, y gente de
fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos bobos que no
alumbran ni queman: pero otros arden la vida con tantas ganas que no se
puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende“…
A Néstor lo conozco de chiquito. Chiquito él, no yo. Bueno, la verdad es que ninguno de los dos fuimos nunca muy grandes. Tirando para el lado del perfume, no del veneno.
Incluso trabajamos juntos un par de años, allá por el setenta y pico, y tengo muy buenos recuerdos de esa época en que ambos estábamos empezando. Y hasta jugamos al fútbol juntos, en el viejo y querido Artigas de los Larroca, Chumino, Olguín, el “chivo” Romero, “Bubi” Mercadal, Mion, el “Coco” Rodríguez, Berrondo… y mil perdones para los que me olvido. Y también en algún “Florifútbol”, en un equipo de rejuntados bajo la batuta de Carlitos Martínez.
Vecinos del barrio – la Diagonal – además. Me acuerdo de la entrañable mutua relación de mi hija mayor con el Cheno Vaz, inefable personaje que trasmitía una serenidad total, emanada de su carácter reposado y su nobleza genuina.
Por eso me atrevo a decir que lo conozco desde chico. Y les puedo asegurar que fue y sigue siendo un auténtico producto de ese hogar cálido, amigable, sencillo y humilde. Inaplicable en este caso el dicho de “compadre como todo petiso”. Claro que en esa época no teníamos nada para compadrear, pero tampoco nos podíamos imaginar lo que llegaría a ser, en todos los aspectos que abordó – salvo el fútbol -, el “Chueco” Néstor Vaz.
Seguramente todos lo conocemos especialmente por su formidable éxito como bandoneonista – intérprete, compositor, arreglador – que ya ha trascendido un montón de fronteras. Maestro indudable, es capaz de extraer del instrumento sonidos tan deliciosos que uno se pregunta si realmente eso está sucediendo. La explicación es que aún con sus dedos regordetes y medio mochos, le pone tanto del amor que siente por la música que hace fácil lo que para el 99 y pico % de la Humanidad sería imposible. No hay caso, el bandoneón ese que escuchaba de niño en manos del Cheno, es el amor de su vida. Y no te enojes, Milka, pero si le diéramos a elegir entre los dos, capaz que tenemos lío.
Yo me/le debía el concurrir a una actuación en vivo suya, porque a pesar de que seguido me deleitaba escuchando un CD de su Quinteto que me regaló hace ya tiempo, todos sabemos que en vivo es otra cosa. Y me saqué las ganas el sábado pasado en el teatro 25 de Agosto. No tengo ni la más pobre idea de cómo se hace una crítica musical, lo que sí sé es que fue algo superlativo, palabras mayores. No sólo por el deleite para los oídos, sino por la sencillez de todo, la puesta en escena, el respeto y reconocimiento a cada uno de los músicos y la entrega y calidez de las interpretaciones. Monstruo, el “Chueco”, y todo su Quinteto, que para no desentonar cuenta con otro floridense eximio bajista como Cono Castro.
También la mayoría de ustedes debe conocer que Néstor, además del bandoneón, sabe agarrar pico y pala para escarbar los suelos, en su carácter de ingeniero geólogo.
Pero lo que quizás muchos no saben es que, por si faltara poco, es un excelente escritor que hace gala de un encomiable sentir y de una no menos encomiable destreza para trasmitir al que lo lee ese profundo sentimiento que embargan sus crónicas. Altamente recomendable su página en la web, que les sugiero visitar y deleitarse.
Justamente, su última incursión en las letras es una serie de disquisiciones sobre la violencia en que estamos inmersos, asimilando metafóricamente a los protagonistas activos y pasivos de ella con un estadio de fútbol. Me llegó muy adentro, y le hice el siguiente comentario:
Excelente, Néstor. ¡Menudo tema elegiste! Yo, como todos, sé que urge hacer algo pero no sé qué. Quizás lo primero sería no hacer algo como esto: hace unos meses estaba sentado en el auto en la puerta de mi casa, y vi a un compañero de fútbol (17-18 años) de mi hijo que caminaba por la vereda de enfrente y no me vio. En un instante se agachó a atarse los cordones, arrancó a correr agachado y le arrebató algo – supongo que la cartera – a una señora. En el primer momento quedé shockeado y no atiné a reaccionar. Después, encontré diversas racionalizaciones para no hacer nada.
Y no hice nada.
Eso es lo que creo que hay de dejar de hacer, el no hacer nada. No basarse más en “no es asunto mío, que se encargue la Policía”; “si me meto capaz que me ligo un chumbo”; “si la Policía no hace nada, como ocurre muy seguido, mañana me rompen todos los vidrios del auto”; y demás convenientes y confortables etcéteras.
Una buena cosa sería que los medios, así como difunden obscenamente los actos de violencia, lo hicieran además con placas subliminales intercaladas que dijeran:
¿CUÁNDO CARAJO VAMOS A EMPEZAR TODOS A HACER ALGO?
Un abrazo, Chueco, y de nuevo gracias por el disfrute del sábado.
Sebinamar