13 de abril de 2012

La Florididad







CAPÍTULO 5 





Hábiles de poco esfuerzo,  solidarios,  creyentes pero no tanto y festejadores.

Y buenos para los negocios.
Tenemos ojo para inventar negocios.
 Siempre atentos a la hora de meter ingenio para buscar la chuleta.
A propósito: Chuleta.
-Una chuleta- le dije una vez al carnicero en Punta del Este.
-¿Chuleta? - me dijo como si le hubiera pedido medio kilo de cocaína.
-Sí, una chuleta. La pongo en el fogón, la cocino y la bajo con un zucu. 

Y me quedó mirando.

La historia es así: apenas se estaban instalando los primeros floridenses cuando un coterráneo arrancó caminando para el Paso de los Dragones.
Tomás González.
El río era el Santa Lucía, pero el vecino era Tomás González.
Como el arroyo, pensará alguno.
No, es exactamente al revés, el arroyo es el que lleva el nombre del vecino.

Cuando Tomás González crece…. no da paso  en Ituzaingó, pensará algún nabo.

No, cuando Tomás González crece se da cuenta que debe empezar a  ganarse la vida por sus propios medios.
Así que salió a buscar la chuleta.

Se sentó arrecostado al tronco de un sauce llorón.
Se puso la mano derecha en la nuca, la levantó y con un solo movimiento el sombrero le tapó los ojos.
A lo oscuro estaba lindo para pensar.
Se rascó la nuca y calculó…por acá van a tener que pasar las diligencias, los carros y las carretas... y se construyó la primera pulpería a la entrada del pueblo.
Con ese nombre no le podía ir mal.
Esta pulpería es de Tomás, decía un parroquiano.
¿Qué Tomás? - preguntaba otro.
Una cañita- decía González y servía la vuelta.

Es decir, éramos atentos para ver dónde estaba  el negocio… pero nos repetíamos.
Cuando vieron que el negocio funcionaba apareció la segunda pulpería.
Y al lado de la pulpería, viendo que había bastante movimiento,  se colocó otro floridense  que advirtió que era buen negocio, TEXTUAL  “ofrecerse a cuartear o a vadear en improvisada balsa”.
Y  funcionó.
 Y como funcionó apareció otro y se le puso enfrente para vadear de allá para acá.
Oportunistas… pero nos repetimos.

De aquellos años nos quedó a los floridenses esa costumbre de ver cual negocio funciona y ponerle otro al lado.
Si puso un ciber y anduvo…  póngale otro.
Si anduvo la bizcochería… métale la segunda.
“Se venden tortas fritas” dice el cartel en el frente de la casa.
“Acá también” dice en la casa de enfrente.
Después vienen dos kilómetros sin tortas fritas ni carteles, hasta que se repite la escena.
Así cada dos kilómetros.
COPIONES PAL NEGOCIO

Marciano Durán

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