29 de abril de 2012

Crónicas Marcianas











Mi nieta me llevó a ver a Paul McCartney


Primero y antes que nada, ubiquemos al lector: el que firma esta crónica tiene 55 años.
Su nieta tiene 10.

Por lo tanto resulta inevitable proponer  algunos paralelos entre ambos: Pilar (así se llama mi nieta)  tiene la misma edad que yo tenía cuando conocí a Los Beatles.
Claro… sus diez años poco tienen que ver con aquellos diez años míos de los sesenta.

Bueno…tal vez debí haber pensado mejor esa frase antes de escribirla.
Creo que me apuré.
Tal vez nos parecemos más de lo que surge de una mirada superficial.
Tal vez me dejé llevar por la tecnología.
Ahora ya la escribí.

Lo que sucede es que ella tiene su propia computadora y su propia cuenta de correo electrónico y por sobre todas las cosas ella tiene un manejo cotidiano y natural de todo eso.
Ella es un modelo siglo XXI.
Ella baja sus canciones desde internet.
Ella es una nativa digital.
Yo soy un modelo 56.
Yo todavía guardo mis long play
Yo soy –en el mejor de los casos- un inmigrante digital.

Promediaban los sesenta y el que escribe esto no tenía siquiera una radio Spica.
Escuchaba -en una radio a válvulas- lo que elegían escuchar mis padres.
El Repórter Esso me llegaba por un cable muy grueso, bastante parecido a un cordón umbilical inalámbrico.
Y por allí no acostumbraba a transitar Paul.

La llegada de la televisión significó un cambio importante en mi casa y en mi barrio.
Pero seguíamos los niños de aquellos tiempos inhabilitados para oficiar de programadores.
La tecnología estaba en manos exclusivas de los adultos.
Abrir la heladera.
Esa era la acción más parecida a “manejar tecnología”.
Del televisor estábamos un poco más lejos.

Es que para cambiar de canal había que pararse, correr la silla, atravesar la habitación  hasta el aparato,  y…. clack, clack, clack.
Era imposible hacer eso y pasar desapercibido.
Los que conseguíamos atravesar el campo minado y llegar al comando  de la tele sin ser alcanzados por la artillería enemiga, esos, los osados preadolescentes podíamos elegir libremente…
…entre cuatro canales en blanco y negro.

El permiso para manejar la tele llegó unos días antes que el cigarro o el trasnoche de cine de los sábados.
El conocimiento seguía estando en manos de los brujos de la tribu.
En realidad nosotros encontrábamos escasas oportunidades de elegir cualquier cosa en aquel país tan siglo XX.

¡Mis nietos eligen la ropa que van a ponerse!
¡Eso era impensable!
-Este es tu pantalón. Si te queda grande es porque era de tu hermano y si te queda chico es porque será de tu hermanito en unos días.
No te ponían la ropa para que te gustara.
Ni para que no te gustara.
Te la ponían.

¡Andá a calzarles unas skipis o un rompe-viento a tus nietos para que vayan  al shopping!
¡Salís en los diarios! (¡Bah, en twitter!)

A los diez años no te preguntaban qué querías comer… te daban de comer.
A los diez años la maestra, el placero, el policía, el profe de gimnasia, el médico de familia, el cura y hasta el almacenero eran los representantes de tus padres en el exterior.
Embajadores plenipotenciarios.
Una verdadera red.
Dicho esto con tanto respeto como nostalgia.

A los diez años ya tenías religión, partido político y cuadro de futbol esperándote.
Dicho esto sin nostalgia ni respeto.
Está bien… a veces le embocaban.


Y en esa vida que nos tocó vivir… ¡¿Cómo pretender que pudiéramos elegir  la música que debía escuchar toda la familia?!  (Nota para las nuevas generaciones: no había auriculares, no había una notebook personal, no había MP3, no había una tele por habitación)
Elegir a los Beatles era ir a contramano de la vida ajena.
Porque había que elegirlos también para la abuela, para el padrino y para la visita.

Así que nos veíamos obligados a encontrarnos con los Beatles en los cumpleaños, en las tertulias bailables de casa de amigas y en el long play de algún privilegiado que tenía tocadiscos. (Nota para las nuevas generaciones: cuando se terminaba el disco, había que darlo vuelta. Del otro lado quedaba más)

Nos encontrábamos en la clandestinidad.
Elegir a los Beatles fue casi casi un acto de arrojo y de heroísmo.
Seguramente esa fue una de las razones de su éxito: la necesidad de generar una complicidad que tirara barreras, venciera obstáculos  y acordara encuentros.

Mis primeros amores y desamores tuvieron a los Beatles de testigos.
Es imposible escuchar su música ahora sin que aparezcan aquellas caras, aquellas manos y aquellas miradas de los 60 y los 70.
Los Beatles me despertaron a la vida, me mantuvieron despejados por décadas y cuando parecía que el sueño comenzaba a llegar, Pilar me volvió a despertar.

Ella los descubrió solita, como se debe descubrir a los Beatles.
Alguien me dijo una vez: “el tango te espera”.
Y es cierto.
El tango tiene paciencia, tiene tiempo y tiene ganas de encontrarte.
Un domingo de mañana -sin que te des cuenta-  no cambiás la radio en la que aparece Pichuco.
Un par de domingos después, lo buscás solito.

Yo creo que los Beatles también aprendieron a esperar.
Y  como nuestros nietos no son de quedarse quietos, algunos de ellos salieron a su encuentro.
A mí me tocó una de esas.
A mí me tocó una nieta que ama a los Beatles con la misma intensidad con la que yo los amé.
Y esa es  la primera clave a despejar: ¡¿Cómo es posible que exista algo tan pero tan descomunal que nos coloque a los dos en el mismo estante?!

Recuerdo que con mis hijos me encontré en Cortázar y en Sagan, en Érase una vez y en Verano Azul, en Quino y en Woody Allen.
Con Pilar me había encontrado en algún dibujo animado en el que yo me agachaba o en un juego de mesa en el que ella se ponía en puntas de pie.
Pero con mis hijos y con ella, a la vez… ¡en ningún lugar!
Hasta hoy.
¡¿Quién es este tipo que es capaz de alinearme con mi nieta?

Un lunes temprano -muy temprano para mi gusto- un pequeño sonido me avisó de la llegada de un correo electrónico a mi computadora.
“Abuelo: te invito a ver a Paul McCartney.
Me dijo Mauro que puede sacarnos las entradas.
Porfi.
Dale pelado, no te achiqués.
Pipi”

Ni en mis sueños más alocados había imaginado recibir de una nieta un mensaje como ese.
Por unos segundos -solo por unos segundos- me envolvió una sensación de satisfacción.
De proyecto de vida cumplido.

La semana pasó muy rápido.
Alimentada por la televisión, la expectativa creció desmesuradamente.
El domingo a la tarde pasé a buscarla por su casa.
Llegó corriendo hasta el auto.
Flaquita, pelo largo suelto, camperita en la mano, mochila con sus cosas, sonrisa recién estrenada y seguridades y certezas en cada paso que la acercaba hacia mí.
¿Mochila?
Me pregunté que tiene una niña de diez años para recoger antes de salir de su casa. Recordé mis manos de niño vacías y supuse que en todo caso, si algo había para llevar, mi madre se habría ocupado de eso.

Los 130 kilómetros que nos separaban de Montevideo nos volvieron a encontrar, esta vez con Paul sentado en el asiento de atrás.
Pilar había grabado en un CD las canciones que había averiguado conformarían el repertorio.
Y las cantamos juntos: yo con mi inglés de Capussoto y ella con uno de verdad.
Complicidad, volvía a ser la palabra que se colaba en el auto una vez más.

Tarde.
Como siempre.
Con las mejores excusas… pero tarde.
Como siempre.
Corriendo después de dejar el auto en algún lugar.
Corriendo de la mano, con semáforos en rojo que a mí me hacían dudar y a Pilar la frenaban.
Los dos estábamos molestos conmigo por llegar tarde.

Lo que significó compartir esa noche con Pilar y con unos  miles de abuelas y abuelos,  lo contaré otro día.
De cómo se me complicó para que ni mi nieta ni Paul se dieran cuenta que se me caían las lágrimas con Hey Jude, eso será motivo de otra crónica.

Hoy sólo quería desahogarme públicamente respecto a urgencias de complicidades (algunas de ellas intergeneracionales) y confirmar que Paul McCartney es una de las
tirareras de las que le había hablado a Pilar hace unos años.

Hoy sólo quería preocuparme -con una buena cuota de exhibicionismo- respecto a una brecha que se viene ampliando con ciertos riesgos.
Hoy sólo quería compartir mi temor -levemente infundado-  de terminar hablando en idiomas diferentes con nuestros nietos o –incluso- con nuestros hijos.
Hoy sólo quería compartir algunos miedos comunicacionales.

Lo que pasa es que no son frecuentes los espacios de encuentros (estas
tirareras) y hay que estar atentos el día en que aparece uno.
Para identificarlos primero  y para disfrutarlos plenamente después.
No sea cosa que se te pasen de largo y no te des cuenta.

Lo del 15 de abril no fue un espectáculo musical: fue un encuentro de generaciones.
¿No tendremos que proponernos generar otros espacios?
Más modestos.
Sin necesidad de  traer a un Beatle al estadio.
Una hamaca, por ejemplo.
Insistir con las complicidades.
Disfrutarlas  plenamente.
Que si la vida no es eso… ¿qué cosa será la vida?
¿Eh, Pilar?

Marciano Durán



26 de abril de 2012

Pescadores











Nuestra familia ha sido siempre, una familia de pescadores, la pesca ha estado tradicionalmente relacionada a las salidas de sus miembros, desde el abuelo Aniceto, mis tíos y primos, hasta mi padre, mi hermano y yo.

El abuelo ponía unas pocas cacharpas en el carro, y salía rumbo a la Picada de los Martínez o la Picada Larga, a veces solo, otras con algún nieto… “No más de uno porque se ponen a pelear y asustan las tarariras” decía fuerte y seco; si los hijos andaban en la vuelta, ya empezaba a preparar aparejos y cañas y los invitaba a “tirar unas lineadas” .

Mi padre siempre tuvo la misma costumbre, Perico, Mingo, Martín nunca se cansaron de hacer kilómetros, a pie, en carro, en auto o en ómnibus, la cosa era salir a pescar un rato. El tío Chino estaba más bien para los caballos de carrera, pero si cuadraba también enganchaba.

Los años pasaron, se fueron poniendo viejos, pero el gusto por la pesca seguía igual, se iban a buscar unos a otros para salir hacia el arroyo, el río, el mar, era lo que siempre los unió. Y como buenos pescadores todos tenían sus historias, unas verdaderas, otras de pura fantasía, pero nunca se cansaban de contarlas.

Un día, llego de visita por lo de mi tío Martín, que vivía por allá por Villa García en Montevideo. Mientras nos tomábamos unos mates, me empezó a contar que Mingo había venido desde La Teja, para invitarlo a ir a pescar a la escollera Sarandí, prepararon las mochilas, los aparejos, las cañas, algún litrito de vino y en ómnibus se fueron para el puerto.

¿Y cómo les fue tío? Pregunté ávido de cuentos.

“Mire m’hijo, no tan mal, pero no del todo bien… llegamos a la escollera, preparamos, tomamos unos traguitos, conversamos, tratamos de pescar, estaba todo muy lindo, pero después de como cuatro horas, teníamos solamente dos “burriquetas”, ahí fue cuando decidimos empezar a rumbear pa las casas, guardamos todo, le dimos el ultimo beso a la botella, pa no acarrearla, y rumbeamos pa la parada del ómnibus.

Ud. sabe como es su tío Mingo pa conversar… bue… Le cuento, todo empezó con un curioso que le preguntó cómo nos había ido... Ahí nomás le contó de las dos corvinas que habíamos sacado… Ya en el ómnibus, una vieja que nos vio las cañas, se interesó en la pesca y preguntó también... Mingo se despachó contándole de las seis o siete corvinas que llevábamos en las mochilas… Por la Plaza Libertad, un hombre se enteró de las quince y pico de piezas grandes que andábamos arrastrando pa las casas… Y así siguió, la pesca cada vez se hacia más grande…

Cuando llegamos al Hospital Italiano… me tuve que bajar y venirme a pie… ya no cabían los pescados en el ómnibus y el olor era insoportable”.

El Tordillo



23 de abril de 2012

Hábiles de poco esfuerzo, solidarios, creyentes pero no tanto, festejadores y copiones pal negocio.



CAPÍTULO 6








“Surgió solo un camino común a todos, la más pisada senda” dice José Alberto Dibarbure.
¿Cuál sería ese camino que se abrió sin acuerdo colectivo previo?
¿Adónde iban muy seguido todos los floridenses como para que se marcara una senda, un camino en el pasto de tanto pasar?
¿Al templo?
No
¿A arrear ganado?
No
¿Al Cabildo?
No
¿A plantar maíz?
No
¿Al fortín?
¡ Nooooo!
Vamos a citarlo textual:
 “Es que plaza abajo deslizábase en generosidad sin pausa el arroyo Santa Lucía chico”… “Sendas angostas de tanto ir y venir, rumbo amigo de nutrias y carpinchos, hacia los bagres y tarariras, hacia los charcos enranados”

¡Pescadores,  cazadores y salidores de cualquier manera en semana santa! Aunque quedemos pelados, aunque quedemos debiendo, aunque nos peleemos con nuestras mujeres, aunque tengamos la gripe del año, aunque no nos den la licencia!
 Nace por aquellos días la floridense costumbre de bajarle la cortina a la ciudad y  pelarte pal rio.

PESCADORES,  es una buena forma de resumir una de nuestras costumbres.


Hábiles de poco esfuerzo, solidarios, creyentes pero no tanto, festejadores, copiones pal negocio y pescadores

Cuenta el Beto que en el año 1831 ya se había creado la primera escuela y 40 años después comenzaban a afincarse médicos y otros profesionales aportando aire fresco a la aldea.
Ciencia y cultura temprana cuando apenas  si nacía Florida.
Nuestro pueblo recibió de parte de maestros y de universitarios las primeras luces de  la cultura. 
Tempranamente.
Desde el comienzo el conocimiento llegó en forma natural a nuestros bisabuelos y tatarabuelos…  porque es de ellos que  estamos hablando.
A veces parece que estuviéramos remitiéndonos a la prehistoria y sin embargo estamos hablando de familiares directos, seguramente si rascamos un poquito muchos de nosotros que estamos leyendo esto tenemos el mismo tatarabuelo, la misma bisabuela aunque nuestros apellidos sean diferentes.
Se formaron sí, nuestros antepasados con importante aporte cultural 

ILUSTRADOS es una buena definición.

Marciano Durán




20 de abril de 2012

Meditaciones











Somos copiones – pa’ todo – y nos repetimos

  Nada más lejos de mi espíritu que meterme en terreno ajeno. Por lo tanto no me voy a ocupar de los caracteres de la “florididad” que tan bien ha definido Marciano, simplemente coinciir con él (este él debería ir con mayúscula, pero se va a confundir con el Otro) en que somos copiones y nos repetimos.
  En los últimos tiempos he asistido o escuchado discusiones sobre temas comunes a los floridenses - la gestión de la/s Intendencia/s; los problemas en el Prado Español; la atención en CO.ME.F.; si Éxitorama es mejor o peor ahora que antes, por citar sólo algunos pocos -  en las que práctcamente siempre alguien mete el famoso “lo que pasa es que vos sos de los que ven el vaso medio vacío en vez de verlo medio lleno”, término muy en boga y que vaya a saber a quién se lo copiamos, con el que se pretende etiquetar a las personas como optimistas, tolerantes y colaboradores por un lado, y pesimistas, amargados y contras por el otro.
  Independientemente de si estuvo bien aplicado para la ocasión, cosa que no siempre ocurre, nuestro propósito aquí será hacer ciertas disquisiciones sobre lo que entendemos una elección poco feliz del ejemplo en cuestión.
En primer lugar quiero dejar sentado que mi opinión, si me muestran un vaso en tales condiciones, es que el vaso está por la mitad, o casi lleno (si está casi lleno), o casi vacío (si está casi vacío). Pienso que es lo más lógico inclinarse por la probabilidad más próxima en estos últimos dos casos, independientemente de si uno es optimista o pesimista, como se quiere inferir de la respuesta.
  Ahora bien. Si la inquisitoria va acompañada de la pregunta a vos (o Ud., para no ser confianzudos) qué te (le) parece, ¿está medio lleno o medio vacío?, entonces entiendo que hay diversos criterios para encarar la respuesta.
  Por ejemplo: ¿qué es lo más probable estadísticamente? ¿Cuántas y cuáles pueden ser las causas de cada una de las posibilidades? Intentemos estudiarlas lo más exhaustivamente posible.

                                                                 
  Un vaso puede estar semivacío porque:

-               Alguien está bebiendo su contenido lentamente, de a poco, como se hace habitualmente con las bebidas espirituosas para evitar agarrarse un pedo de novela. De todos modos, no está escrito en ningún lado que los vasos llenos haya que tomárselos todo de un saque, para no dejarlos medio vacíos y que venga alguien a preguntar si está semilleno o semivacío.

-               A ese Alguien – el mismo de arriba, u otro – se le metió una mosca en la boca con el primer trago, y ahora está en el baño vomitando. Por eso el vaso está semivacío.

-               El Sr. Alguien ya iba en su sexto o séptimo vaso de lo mismo, se hartó y no lo terminó. Esta última instancia es muy frecuente en las fiestas como cumpleaños, bodas, bautismos, etc., que como el escabio es de arriboira todo el mundo se sirve como si fuera el último día de su vida y cuando termina el evento las mesas están llenas de vasos, esos sí, auténticamente semivacíos. Y algunos llenos del todo, sin tocar.

-               Últimamente, con el furor de la telefonía móvil, lo más probable que el Sr. Alguien haya dejado su bebida sin terminar porque el celular le sonó y tuvo que dejar todo lo que estaba haciendo por haberle surgido un problema urgentísimo imposible de postergar. Pobre Sr. Alguien, justo a él y en ese momento le toca la única llamada importante de las 400.000 al pedo que hace todo el mundo por día.                                                     

  Y bueno, creo que hasta aquí llegamos, no se me ocurre otra causa de frecuencia y jerarquía relevante como para incluirla en este estudio. Si alguno de Uds. sabe de alguna otra le ruego comunicarse conmigo. Aunque, pensándolo bien, en el hipotético caso de que tal contingencia sucediese, seguramente no me faltarían argumentos para refutarla de plano, ya fuere por su irrelevancia o por estar comprendida dentro de alguna de las anteriores, de la que constituiría simplemente una variante. Así que más bien no se molesten. Igual muy agradecido, y sigan participando.

  Ahora veamos las causas de por qué el vaso puede estar semilleno:

-               El Sr. Alguien, cuando le sirvieron, pidió que no se lo llenaran por algún motivo fundado (o infundado, pero había que hacerle el gusto).

-               El dueño de la bebida está sirviendo a un invitado y es flor de tacaño.

-               El vaso es de esos que cuando uno lo inclina para tomar se chorrea todo –encima de uno, por supuesto -, así que al servirlo no se puede llenar hasta arriba porque se va a chorrear antes de tiempo y te arruina el chiste.

-               Al que lo estaba llenando también le sonó el celular. No hay caso, hoy andamos ligando mal.

-               Justo cuando el anfitrión estaba llenando el vaso hubo un corte de energía eléctrica y tuvo que detenerse para no desparramar todo el líquido por ahí.

-               También pudo suceder que le haya entrado una picazón brutal en la nariz, y, como ya lo dejó bien establecido Juceca, cualquier abombado sabe que no se puede servir líquido y estornudar al mismo tiempo.

-         El Sr. Alguien, casi inmediatamente que le empezaron a servir, manifestó que de esa bebida no puede tomar porque le cae mal, por lo que se suspendió el llenado casi en seguida de haber comenzado. Esta instancia es particularmente importante, porque un vaso con apenas un poquito de líquido impresiona más como casi vacío, y sin embargo, como pudimos ver, estaba a medio llenar. ¿Vieron, vieron que no se puede prejuzgar a nadie?

  Y bueno, yo que sé, es seguro que deben quedar múltiples otras causas, pero creo que estos pocos ejemplos alcanzan para dejar sentado que, estadísticamente, es mucho más probable que un vaso esté semilleno que semivacío.
  Sin embargo, si la persona a la que se le pregunta es relativamente culta y muy devota y amante de nuestro lenguaje, tan rico en expresiones idiomáticas, inmediatamente  les  va  a  decir, utilizando  un  criterio semántico, que los vasos están siempre semivacíos. ¿Y por qué? Sencillamente, porque la Real Academia Española sólo tiene la expresión semivacío, el término semilleno no existe en su diccionario, como me acabo de dar cuenta yo que cada vez que escribo semillero el alcahuete del corrector del Word me lo cambia por semillero.

  Podría argumentarse que tal cosa se debe a que los integrantes de la RAE son todos una manga de viejos amargados y pesimistas, lo cual me parece insostenible. De ser así, las definiciones de términos tales como alegría, buenaventura, felicidad, euforia, etc. serían algo así como “situación del ánimo o estado espiritual opuesto o contrario a la tristeza, infelicidad, depresión…” o algún otro etc. Y no ocurre tal cosa.

  De manera que si se encara la requisitoria con otro criterio, la respuesta va a ser exactamente la inversa, con un giro de 180º. Y lo más probable que si investigamos otra cantidad de nuevos criterios, que sin duda los debe haber, vamos a encontrar razones para que las respuestas varíen en 90º, 45º y aún en 137º 55’ 17’’.
  O sea que, como lo decíamos al comienzo, ha habido evidentemente una mala elección del procedimiento para calificar a las personas como optimistas o pesimistas. Si a mi me designaran para investigar tal cosa, primero les diría que busquen a otro, porque a mi no me importa un carajo si las personas son pesimistas u optimistas, que se jodan los unos y los otros.

  Ahora, si del hecho devengara algún logro personal (por ej.: una colección de fotos de Benjamín Franklin sobre fondo verde), aceptaría el desafío y buscaría otra manera de hacer el sondeo.
  Como por ejemplo, preguntar la edad de la persona, e inmediatamente, cómo se siente en base a esos años vividos. Si la persona se refiere a sus experiencias positivas de vida, sus logros, los hitos que han ido marcando su crecimiento existencial, se podría ubicarlo con los optimistas. En cambio, si contesta como mi amigo el Tito Sclavo “y que quiere, yo ya estoy más cerca de la lira que de la guitarra”, el tipo no hay duda que es del otro cuadro.
O bien en la mitad de un viaje preguntarle cómo va, a ver si se refiere a todas las cosas nuevas que ha ido conociendo o putea porque todavía le faltan como 800 Km para terminarlo.

  En fin, no dejarán de reconocer que estas meditaciones, como toda empresa de la mente humana que trata de explorar los misterios de su propio funcionamiento, no deja de ser una inmensa e irresponsable pelotudez, ¡qué cosa más al pedo, por Dios!!

  ¿Nolespa?

  Bah, me voy a reponer el whisky, que tengo el vaso semivacío.

Sebinamar

16 de abril de 2012

La credibilidad vendida











Este espacio no es publicidad. Podría TENER publicidad, que es algo muy diferente a SER publicidad. Ninguna empresa lo está pagando para que indique las aparentes cualidades de tal o cual producto, comprobadas o no científicamente.
No tendría que anticiparlo. Es un espacio de opinión, se presentará como tal y se leerá como tal. Con la publicidad debe pasar lo mismo. Debe ser presentada diferente, y el lector podrá darse cuenta que es publicidad y no un fragmento normal de la publicación o programa. Pero no siempre ocurre, y Florida es un buen ejemplo de ello.

Los manuales de ética y estilo que editan los medios más prestigiosos del planeta, tienen en sus líneas básicas la separación de la publicidad con respecto a la información. Incluso la opinión diferenciada de la información. Deberá ser presentada una de manera notoriamente diferente a la otra. Distinta diagramación, formato, tipografía, y en el caso de la opinión, que se puede asemejar a la información, agregar el anticipo sobre la columna en cuestión.

Es frecuente que un informativo pase, con el mismo rigor que la nota sobre la pesada denuncia de un edil de la oposición, el sorteo de una licuadora en un comercio céntrico. O que se haga algo muy parecido en medio de un programa que se autoproclama periodístico. O lo que es peor aún: que alguien que practica una turbia ciencia sea periódicamente entrevistado/a (pago del espacio, mediante) para convencer a desesperados pacientes sobre las propiedades casi mágicas de la alternativa medicación que, casualmente, el mismo entrevistado comercializa. Todo sin ser muy diferente a las soluciones que, en una entrevista similar, un candidato a tal o cual espacio de poder propone para erradicar los peores problemas que afectan la institución a la cual se postula.

En el mejor de los casos, el medio confía que su público decodificará con claridad que una es una entrevista paga y la otra no. Pero no es así. Ni existe tal decodificador en la mayor parte del público, ni existe ‘mejor de los casos’, porque la intención inicial es, precisamente, que ‘parezca una entrevista más’-

¿Por qué no creer que el candidato que es entrevistado accedió a tal espacio habiendo pagado, como el ‘científico-comerciante’? ¿Por qué no creer que se le da lugar a la pesada denuncia del edil por haber pagado, tal como el comercio que sorteó la licuadora?

Por eso, lo del principio: un espacio puede TENER publicidad, que la necesita para ser redituable, pero no SER publicidad. Es de cajón aclararlo cuando lo es, sino lisa y llanamente estará mintiendo, ocultando, engañando.

Es más. Las mismas empresas y los mismos periodistas que propagan lo anterior, aceptan como una regla lógica el no informar acerca de nada que pueda afectar al avisador, o construir su agenda a partir de éstos.

El capital del periodismo, uno supone, es la credibilidad, que se gana en base a la transparencia. Pero los mejores negociantes del periodismo saben que, para que sea un buen negocio, es necesario prescindir de ella a costillas del público.

Antiguo aporte complementario:




13 de abril de 2012

La Florididad







CAPÍTULO 5 





Hábiles de poco esfuerzo,  solidarios,  creyentes pero no tanto y festejadores.

Y buenos para los negocios.
Tenemos ojo para inventar negocios.
 Siempre atentos a la hora de meter ingenio para buscar la chuleta.
A propósito: Chuleta.
-Una chuleta- le dije una vez al carnicero en Punta del Este.
-¿Chuleta? - me dijo como si le hubiera pedido medio kilo de cocaína.
-Sí, una chuleta. La pongo en el fogón, la cocino y la bajo con un zucu. 

Y me quedó mirando.

La historia es así: apenas se estaban instalando los primeros floridenses cuando un coterráneo arrancó caminando para el Paso de los Dragones.
Tomás González.
El río era el Santa Lucía, pero el vecino era Tomás González.
Como el arroyo, pensará alguno.
No, es exactamente al revés, el arroyo es el que lleva el nombre del vecino.

Cuando Tomás González crece…. no da paso  en Ituzaingó, pensará algún nabo.

No, cuando Tomás González crece se da cuenta que debe empezar a  ganarse la vida por sus propios medios.
Así que salió a buscar la chuleta.

Se sentó arrecostado al tronco de un sauce llorón.
Se puso la mano derecha en la nuca, la levantó y con un solo movimiento el sombrero le tapó los ojos.
A lo oscuro estaba lindo para pensar.
Se rascó la nuca y calculó…por acá van a tener que pasar las diligencias, los carros y las carretas... y se construyó la primera pulpería a la entrada del pueblo.
Con ese nombre no le podía ir mal.
Esta pulpería es de Tomás, decía un parroquiano.
¿Qué Tomás? - preguntaba otro.
Una cañita- decía González y servía la vuelta.

Es decir, éramos atentos para ver dónde estaba  el negocio… pero nos repetíamos.
Cuando vieron que el negocio funcionaba apareció la segunda pulpería.
Y al lado de la pulpería, viendo que había bastante movimiento,  se colocó otro floridense  que advirtió que era buen negocio, TEXTUAL  “ofrecerse a cuartear o a vadear en improvisada balsa”.
Y  funcionó.
 Y como funcionó apareció otro y se le puso enfrente para vadear de allá para acá.
Oportunistas… pero nos repetimos.

De aquellos años nos quedó a los floridenses esa costumbre de ver cual negocio funciona y ponerle otro al lado.
Si puso un ciber y anduvo…  póngale otro.
Si anduvo la bizcochería… métale la segunda.
“Se venden tortas fritas” dice el cartel en el frente de la casa.
“Acá también” dice en la casa de enfrente.
Después vienen dos kilómetros sin tortas fritas ni carteles, hasta que se repite la escena.
Así cada dos kilómetros.
COPIONES PAL NEGOCIO

Marciano Durán

11 de abril de 2012

La consumición del indefenso


     Atención, floridenses. Lo que paso a relatarles fue una experiencia personal familiar. Por haberla comentado en distintos ámbitos, me enteré de que lo mismo - con los mismos personajes no humanos, más bien inhumanos - le ha sucedido a otros floridenses, concretamente cuatro personas más, y a algunas de ellas con peores resultados que a nosotros. Por lo tanto, y a fin de evitar que les pueda pasar a cualquiera de ustedes, ahí va la anécdota.
     Antes de empezar, como suele hacerse en algunos escritos que he leído, les proporciono las palabras clave de todo el asunto, porque deben recordarlas y manejarlas con sumo cuidado si les toca: Tarjeta Visa, Banco Comercial, MetLife Seguros, Antel Informes de Guía, Oficina de Defensa al Consumidor
   Estoy completamente seguro que la mayoría de ustedes lo conocen perfectamente, pero por las dudas de que en un futuro improbable alguien que no sepa de qué estoy hablando caiga entre estos renglones,  les cuento que el Sr. Franz Kafka fue un escritor checoeslovaco (discutible, porque nació en Praga pero cuando todavía pertenecía al Imperio Austro-húngaro) de fines del siglo csícs y principios del c´s c´s (¿por qué carámbano los siglos van con números romanos impronunciables?), que escribió poco pero lindo. Lindo según los entendidos, yo no opino porque nunca me gustó porque nunca leí nada de lo poco que escribió, ni siquiera La Metamorfosis, que parece que fue su obra cumbre. He sentido también que sus escritos están impregnados por dos características universales: la desesperación y el absurdo, cosa que como comprenderán hace que a uno no le vengan muchas ganas de leerlo. Por esa relación muy distante entre quien les escribe y el Sr. Kafka nunca me imaginé que aquél - el que les escribe - viviría una situación propia de un personaje kafkiano.
   O sea, estoy sumergido en la desesperación por el absurdo de las circunstancias que me han tocado vivir en los últimos tiempos.
   Paso a relatarles. Mi señora esposa, que Dios la tenga en la gloria - está viva todavía, pero más vale empezar a valorarla desde ahora, ¿no creen? - posee para su usufructo y para mi recelo una tarjeta Visa del Banco Comercial. Vayan anotando, porque les voy a ir mencionando sin disimular nombres  una serie de importantes instituciones de connotada jerarquía en el rubro que cada una se desempeña, no vamos a referirnos al boliche del Tito ni a la empresa de limpieza "La Voladora de Mugre". 
   En los primeros días del mes de Agosto próximo pasado recibimos una llamada telefónica de una empresa de Seguros llamada MetLife, ofreciendo a mi citada cónyuge un seguro de vida a financiar a través de la también citada tarjeta de crédito. Cuando hubo cesado la parafernalia de las increíbles y enormes ventajas del ofrecimiento, mi señora logró introducir una frase poniendo en conocimiento al ofertante de sus antecedentes de salud nada despreciables, cosa que provocó del otro lado del teléfono un espectacular ruido a frenos y a caja de cambios sufriendo por la introducción de la marcha atrás antes de parar del todo. El ofertante orientó su vehículo en otra dirección, inquiriendo si no existía un familiar directo del titular de la tarjeta, más impoluto, a quién tentar con el ofrecimiento. 
   Y le pasamos el teléfono a Sofía. Y Sofía se tentó. No de risa, sino del ofrecimiento. Y les dijo que en principio le parecía bien, que lo iba a plantear en el seno familiar para llegar a una decisión definitiva. 
   El tratamiento del tema se definió en opinión mayoritaria por la negativa. La aceptación del seguro implicaba pagar $ 211 por mes durante toda una vida (la Sofi tiene 20 añitos), y apostar siempre a lo positivo, o sea, no pensar que iba a quedar baldada o muerta por un accidente de tránsito. En tal sentido, llamamos a la empresa MetLife (24033938) manifestando que no aceptábamos el seguro. Luego de algunos vanos esfuerzos de su parte para que reconsideráramos la decisión, nos indicaron que Sofía debía enviarles por fax una nota de renuncia, con su firma y fotocopia de cédula de identidad, cosa que hizo el día 9 de Agosto próximo pasado.
   Bueno, y ahora empieza la parte del Sr. Kafka. En el amanecer del mes de Septiembre (disculpen, pero me sigue gustando más con p), cuando ya los cerezos en flor nos comunicaban que estaba llegando la gorda, y mi nariz ya empezaba a causarme problemas por la maldita polinización, nos llega el resumen de cuenta de la Visa del Banco Comercial - no está demás recordarlo - en la que graciosamente figuraban en el quinto renglón de cuentas a pagar los $U 211 (docientos once pesos uruguayos) de la primera cuota del seguro de MetLife que nunca había sido aceptado, además de ser rechazado en la forma que la propia MetLife indicó debía hacerse.  
   Yo sé que hay gente que no se fija en esos detalles, pero como buen obsesivo que soy me di cuenta en seguida que MetLife nos estaba currando, habían adjudicado un seguro mediante una simple charla telefónica, sin nada firmado, sin entregar póliza, o sea, sin nada de nada de nada. Y además, habiendo mediado un rechazo telefónico y una nota siguiendo sus propias instrucciones.
   Por lo tanto, concurrí al Banco Comercial portando la nota de renuncia, el comprobante de cuándo había sido enviado el fax y el resumen de cuenta. Allí hicieron reenvío de la nota a la casa central del Banco, con aclaración de dar de baja de la tarjeta el cobro de las cuotas del seguro. Así, me aseguraron, se termina el problema y haremos las gestiones correspondientes para que se le reintegren los dineros indebidamente cobrados.
   El Sr. Kafka se afirma en la pluma y la trama se pone linda, después de todo era entretenido el checo-austro-húngaro. Todo transcurría plácidamente - excepto mi naricita, que cada vez estornudaba más la hija de siete mil - hasta que llega Octubre y con él, adivinen qué? ¡Coorrectoooo!!! El resumen de la Visa con los 211 de MetLife esta vez en el séptimo renglón por culpa mía, porque con la calentura del mes anterior me pasé 1 (un) día de la fecha de vencimiento y me fajaron 113 pés de multa por mora más 25 pés más de IVA sobre la multa por mora!!! Sin agregar que te enchufan 176 mangos de costo mensual de la tarjeta y 34 por mandarte el papelucho por correo. Digo yo, ¿no habría que empezar a preguntarse quién le adjudicó la connotada jerarquía que mencionábamos al principio?
    Como la vez anterior me habían aconsejado en el Banco Comercial que, en el hipotetiquísimo caso de que el hecho se repitiera, concurriéramos nuevamente con la documentación correspondiente, así lo hicimos con la idea de ahora sí solucionar el problema y para que además el Banco notara que las cosas no son tan hipotéticas como ellos creen. O si no, confundieron hipótesis con hipoteca, capaz.
   Bueno, el Franz se puso cachondo y la respuesta del funcionario bancario, el mismo de la vez anterior, fue que ya ellos no podían hacer más nada, e incluso tenían orden de la casa central de no recibir más ese tipo de denuncias. Exactamente eso que están pensando ustedes fue lo que pensé yo: ¿y ahora?


 
Se me ocurrió el Chapulín Colorado, pero en seguida recordé que Gómez Bolaños se murió, o se casó con Doña Florinda, que debe ser más o menos lo mismo, pobre. Y de pronto, ese relámpago de iluminación que uno tiene a veces, muy pocas en realidad: ¡pero claro!!, ¡la Oficina de Defensa al Consumidor!! ¡Cómo no lo pensé antes, qué borrico!!! Ya está, solucionado el problema. ¿Dónde habrá acá una filial de dicho inapreciable recurso de amparo? Como estaba cerca me fui hasta el Juzgado de Primer Turno, donde una funcionaria - a la que tuve que llamar después de 15 minutos de esperar que finalizara la charla en que estaba enfrascada con otra funcionaria, luego de lo cual me miró y ya se iba para otro lado - me dijo que ellos N I (ni idea), pero que por qué no probaba en el Centro Comercial. Cosa que no me gustó mucho, porque tenía que caminar como 4 cuadras, pero no dejé de reconocer que la mina tenía razón.
   Y allí me atendieron muy bien, rápidamente, y salí exultante de alegría portando un papelito con los teléfonos de la Oficina de Defensa al Consumidor (en adelante ODeCo, no confundir con OsDeJo): 08007005, y por las dudas el fijo 29006882. Y sí, lo máximo que pude conseguir fueron los teléfonos, ya que no existen en Florida, y se me hace que en todo el interior, filiales de la ODeCo.
   Bueno, y ahora asistiremos al apogeo de don Kafka, más o menos resumido.
  Intenté comunicarme con la ODeCo por el 08007005. Luego de 17 minutos escuchando la contestadora, cuando los 8 primeros compases de Eine Kleine Nachmusik de Mozart me tenían las bolas tumefactas, resolví llamar al teléfono fijo, que supuestamente era el 29006882, pero Marcela, siempre tan servicial, me comunicó que el Nº había sido modificado y que recurriera a Informes de Guía. 
  122 - sí, ya sé que me pueden monitorear - el número que Ud. solicita es el 29020319. Llamo, me atiende alguien en el Ministerio de Finanzas, no, acá no es, es el 29007195. Llamo, no sé quién me atendió, bueno sí, somos parte, pero acá no es, tiene que usar el 0800. Le explico lo de las bolas hinchadas. Bueno, a ver, déjeme ver... sí, le doy el 29026829 que es secretaría, allí le van a solucionar. Llamo, suena libre durante los minutos necesarios para que empiece a dar ocupado y nadie lo atiende. Todo esto entre las 16 y 17 hs., en perfecto horario de oficina.
   A todo esto, mi amigo Pablo, que es de ley y tiene buenos contactos, se comunicó con un compinche de correrías infantiles aviesas, que en la actualidad tiene un cargo importante en el Comercial, para ver qué se podía hacer. A lo cual su amigo le mailió el nombre de un contador que sería el encargado del Banco Comercial en solucionar los chanchullos de las tarjetas, o algo así.
   Bueno, acabo de intentar por segundo día consecutivo por un lapso de dos horas y pico, en perfecto horario de oficina, de comunicarme con el contador Laráiraraira, con el mismo resultado que con la ODeCo. Las/os telefonistas incluso me proporcionaron el número de interno del contador, me comunican y el teléfono suena libre durante eones, y nadie lo atiende.
   El pánico que tengo ahora es que nadie atienda tampoco el teléfono de asistencia al suicida.


   ¿A alguien se le ocurre qué otra cosa se puede hacer? Pero apúrense, ¿eh?

Sebinamar

8 de abril de 2012

Uruguayos incoherentes de América y el Mundo











Somos raros, o por lo menos somos distintos a unos cuantos.
Me refiero a los uruguayos.


Está claro que tenemos costumbres que nos distinguen: perfil bajo, pocos gritos, no muy fanáticos de las ocho horas, más bien humildes, de llegar tarde a todos lados, de poca memoria y muchos perdones, todos directores técnicos y votantes de cualquiera, menos del que esté de turno defraudándonos.

 
Esperamos la llegada del domingo y no sabemos bien qué hacer con él cuando aparece. Inventamos el “domilunes”, esa “tardecita-noche” parecida a un velatorio nacional.

 
Hace muchos años queríamos que nuestros hijos fueran doctores o maestras. Más adelante nos gustó que fueran bancarios. Después quisimos tener un kiosco, o cualquier comercio que estuviera de moda. Así llenamos de clubes de video y canchas de pádel las ciudades de nuestro país. Al tiempo transformamos las canchas de pádel en gimnasios y en viveros, y a los clubes de video los volvimos cibercafés.

 
Somos distintos. Para nosotros el año empieza cuando llega el último ciclista. No sé si no sería bueno armar el pinito de Navidad en Semana Santa, y mandarnos tarjetas deseándonos “próspero año nuevo” a partir de abril.

 
Somos distintos. Matemáticamente siempre tenemos la chance intacta para entrar a ese lugar donde ya está el resto del mundo.
Nos prometemos los cambios para después del fin de semana: la dieta, dejar el cigarro, correr, no perder más el tiempo en cosas que no lo merecen. En fin, somos uruguayos. Por lo tanto incoherentes. Y no sólo porque tenemos un Penal de Libertad, un Arroyo Seco, un Cerro Chato, y un Estadio Charrúa en medio del Parque Rivera.


 
Somos incoherentes por mucho más que eso. Veamos:
¡En Cerro Colorado ganaron los Blancos y en la Blanqueada el Frente!
Las llamadas retumban en Durazno, Melo y en San Carlos. ¡Pero no hay llamadas en Tambores!


 
El paseo para niños más importante de este país se llama Villa Dolores, y la edificación más grande del Uruguay la hizo un tipo de apellido Scasso.
¿Cómo entender que una plaza que se llama Cagancha no tenga baño?
¿Cómo entender que la Organización del Fútbol del Interior (OFI) sesione en Montevideo?


 
Sinceramente, resulta difícil explicar que en Punta del Este los pobres vivan en un barrio de nombre J.F. Kennedy y los ricos en el Cantegril.
¿Alguien me puede explicar cómo es posible que los montevideanos cada vez que vienen al interior digan que van para afuera?


 
¿Cómo es posible que el único boxeador que llegó a pelear con Alí sea Evangelista? ¿Cómo es posible que Picasso nade, y de las Carreras escriba?
Cómo entender que Aguas Dulces tenga solo agua salada, que Progreso descienda, que por Tarariras no pase ningún río, que después de La Paz vengan Las Piedras, que los duraznos sean de Canelones, y que en la Isla de Flores no haya ni siquiera un cartucho. Que los Treinta y tres orientales hayan sido como cuarenta, o que un húngaro nos hizo el himno.


 
Sí, es entendible. Después de todo vivimos en un país que ni nombre tiene. Sólo sabemos que nuestra república está al oriente de un río llamado Uruguay. Definitivamente somos una manga de incoherentes. Por donde nos busquen.

 
Por ejemplo, veamos un poquito la política uruguaya:
No es necesario ser un atento observador para darse cuenta de que Rubio no sólo que no es rubio sino que, como si fuera poco, es calvo.
¡Blanco es colorado! Iglesias no va a misa. Pita no fuma. Platero era un sindicalista inteligente, Ache no tiene hache, Obispo no tomó la comunión, y a la ley para despenalizar el aborto Tabaré la hizo abortar.


 
En cualquier tema sucede lo mismo. La banda que gusta más se llama “No te va a gustar”. El escudo de Florida dice “Libertad y Progreso”. Pero Libertad está en San José y Progreso en Canelones. El Fata Delgado está cada vez más gordo. El músico que anda más clarito es el Negro Rada. Carrero anda en auto. Pepe Guerra es un tipo tranquilo.

 
Peinado no tiene un pelo. Bueno es malo, Casal es uno solo, Carrasco es del campo, y Del Campo es de la ciudad. Hornos es un jugador frío, Rocha es de Salto, Bizera juega sin nada en la cabeza, Peña es de Nacional, y a Gesto no se le mueve un solo músculo de la cara.
 
¿Tienen idea de cómo se llama la Escuela Nacional de Vitivinicultura?
Bien, supongamos que no tuviera nombre y nosotros le tuviéramos que poner uno. Pensemos…
¿Escuela de Vitivinicultura? ¿Escuela de Vitivinicultura, Calidad y Estilo? No, no se llama así. ¿Estirpe y excelencia? Nooo, tampoco.
La escuela de Vitivinicultura de este país dependiente del Consejo de Educación Técnico Profesional.
La escuela de Vitivinicultura del Uruguay, pilar del conocimiento del proceso de producción de vino, soporte del desarrollo de los vinos de nuestro país, se llama: Tomás Berreta.


Marciano Durán

3 de abril de 2012

Todo por culpa de la tecla ENTER!!!












Hoy debo reconocer que mi vida ha estado signada -entre otros elementos- por los teclados. Con 8 años me enfrenté al ilógico de mi primer bandoneón, luego al de la primera y vieja maquina de escribir Remington, por ultimo, a la versión made in China, mejorada y mas complicada del teclado de la computadora….
Y es justamente este último que hoy me esta volviendo loco: parece estar desconfigurado: de a ratos vuelve a la normalidad, luego se descompensa otra vez. A esta altura creo que simula ser cíclico.
Pido auxilio.
-Es un virus en el mouse, me dijo un amigo. Sacalo de la maquina, y reinstálalo.
Busco el CD. No lo encuentro en ningún lado. Pobre ratón, pienso; ponerse virulento justo ahora que se vienen los fríos. Los virus son a los entendidos en PC como el estrés a un medico conocido al que con un asado y vino de por medio acudo de tanto en tanto: a ambos –virus y estrés- le achacan el origen de muchos problemas.
Convengamos, entonces, que a mi teclado le entró un virus o esta estresado. Pero… no solo están desconfigurados los signos por lo cual no salen los acentos y los guiones; lo mas grave es que no funciona el ENTER para colocar un comentario en Facebook!!!
Escribo el comentario, doy el consabido ENTER, pero el reloj de arena de la espera me desespera dando mas de una vuelta, y al final no pasa nada, o sea, queda todo como estaba!!!!!
Estoy entrando en crisis.
Mi amigo Alvaro Hagopian anda por Armenia y no puedo comentar nada en sus entradas; otro amigo publica en mi perfil algo así como “piensan que Néstor Vaz es egoísta” y no puedo entrar para ver la respuesta aunque la adivino; otro publica un impresionante video de Astor Piazzolla con el Noneto  en el Colón de Buenos Aires hace casi 40 años y no puedo opinar sobre esa maravilla; un joven amigo violinista se pone demasiado eufórico (a sabiendas del peligro que corre mantener su lugar en mi quinteto) mostrando su hilacha “carbonera” con el triunfo ante el Inter y no puedo contestarle, otro cellista amigo va mas allá de ese indudable gran triunfo, y maneja en exceso “ una saliva expensa y abundante que cae de su boca” visualizando el clásico del domingo….y no puedo rebatir nada….
En síntesis: no puedo comentar las entradas en el Face!!!!  La desesperación me encamina a una frustración, y comienzo a temer que ya ni me funciona el Facebook!!! Algo que sería  terrible, castrante y catastrófico. Me siento morir; que pensarán  mis amigos: que desaparecí, que estoy en el Interior y sin Internet, que estoy en cama y la laptop no agarra el wifi, que estoy de viaje en Somalia….
Que renegué de toda actividad cibernética, que estoy lagarteando al sol en Piriápolis, que me fui de Turismo a Isla Patrulla y me quede perdido entre los cerros que son como mares, que estoy muy bajoneado sentimentalmente, que no volví de Porto Alegre porque fui a ver a Peñarol (algo –lo primero- que no haría porque lo segundo seria imposible).
Suena el teléfono fijo, suena el celular, llegan mensajes por e mail, llegan mensajes de texto; todos preguntan que me pasa que no contesto nada……Son tantos los mensajes que hago un mail y un sms colectivo para todos los contactos: “disculpen mi silencio cibernético. Por culpa de una tecla entré en veda faceboocética”.
Y mientras tanto sigo probando. Pido ayuda, me responden con ideas, pruebo, no arreglo nada, mi desesperación aumenta. Otro amigo me recomienda probar en Google.
Y en consecuencia, googleo: “como configurar teclado windows xp”.
Me salen 2.2100.000 respuestas y quedo sorprendido y maravillado por la Internet. Es el único lugar donde hay tantas respuestas para una sola pregunta, cualquiera que esta sea.
Comienzo a probar, abro ventana, configuro, cierro ventana, abro otra, doy aceptar, aplicar, habilitar, deshabilitar, desconfiguro otra vez, paso el teclado a hebreo antiguo y nada, a latín y menos, a sánscrito y peor…Vuelvo al español tradicional…….y pega en el palo. Pongo “español” solo y Eureka, se arregla el teclado!!!
Me digo: ahora si, al Facebook. Pruebo a escribir un comentario. Doy ENTER…espero ansioso y nada!!! Me consuela que un amigo desde Buenos Aires me comenta en el propio Face  que tiene el mismo problema. Obvio que no puedo contestarle. Otro amigo me forwdea un mail donde me dice:
-Prende y apaga la compu…
Prendo y apago. Nada. Prendo y reinicio. Nada. Googleo: “mi tecla enter no funciona en  facebook”. Aparecen 1600 respuestas. Ninguna de las que encuentro es clara. Me meto en distintos foros, abro 14 ventanas consecutivas y llego a una de “bajar programas gratis” donde me recomiendan instalar de nuevo el Windows XP!!!!
Renuncio. Voy al Super a comprar un nuevo teclado. Y después veremos que pasa con el dichoso ENTER del Facebook.

Néstor Vaz